Por: Edwin Soto Castro, Comunicador Social - Periodista, Especialista en Comunicación Digital
El reciente brote de fiebre amarilla en el Tolima no es un fenómeno aislado ni imprevisible. Es el resultado crudo y predecible del abandono institucional de las zonas rurales, donde la salud pública es más promesa que realidad. Mientras el virus avanza, el Estado llega tarde… otra vez.
La fiebre amarilla no llega sola. Llega por caminos rotos, atraviesa puentes sin mantenimiento, y se instala en pueblos con puestos de salud vacíos. Llega como síntoma de una enfermedad mayor: el olvido sistemático del Estado. El reciente brote en Tolima no sólo es preocupante por su dimensión sanitaria, sino porque expone —una vez más— la fragilidad de nuestro sistema de salud pública fuera de las capitales.
El primer caso de fiebre amarilla se detectó en Villarrica en octubre de 2024, pero el virus no surgió de la nada. Circulaba desde hace tiempo, como tantos otros riesgos que se incuban en regiones donde el monitoreo epidemiológico es esporádico y las brigadas de salud dependen de presupuestos insuficientes o inexistentes. El Estado reaccionó como siempre: tarde, mal y con una orden Departamental y un decreto Nacional de emergencia cuando ya había niños sin vacunar y adultos sin atención.
Que municipios como Cunday, Prado y Purificación se vieran afectados no es casualidad. Son zonas rurales donde los indicadores de desarrollo están por debajo del promedio nacional, y donde los centros de salud operan sin insumos ni personal capacitado como ocurre con el Hospital de Rioblanco, Tolima, que lo tumbaron en plena campaña electoral y hasta la fecha de hoy no hay nada ¿Acaso al gobierno departamental no le llegan los recursos de la salud? Y si le llegan en ¿qué los están invirtiendo? Porque la Fiebre Amarilla viene desde hace aproximadamente 4 meses atrás. Aquí, la fiebre amarilla encontró un terreno fértil, no por azar, sino por abandono de los grupos políticos que sí encuentran plata para hacer campaña dos o tres años antes pero no para adelantar las medidas oportunas para el sistema de salud. Cuando el Estado no llega, la fiebre amarilla sí.
Este no es el primer brote. Ya en 1856, la región de Ambalema sufrió una epidemia que diezmó a trabajadores migrantes. Más de un siglo después, la historia se repite, pero ahora con más excusas y menos vergüenza. El país ha avanzado tecnológicamente, pero moralmente parece estancado en la misma indiferencia hacia las periferias, como sucede con los caciques políticos que se hacen gobernadores, ponen sus sucesores gobernadores y luego aspiran hacer nuevamente gobernadores.
¿Dónde estaban las campañas de vacunación preventiva? ¿Dónde están los helicópteros que sí llegan para actos políticos, pero no para salvar vidas? Si el Estado puede vigilar elecciones con precisión quirúrgica, o en últimas ayudar a los grupos políticos ¿por qué no puede anticiparse a una enfermedad prevenible con una sola dosis de vacuna? Porque la gobernadora de turno se dedicó fue a tropeliar con el Gobierno Nacional y decir que le habla duro al presidente y no a las necesidades o las enfermedades que padecen los tolimenses.
La fiebre amarilla es una tragedia evitable. Cada caso representa una falla en la red de atención primaria y ¿quién responde por la red de salud departamental?, exacto, la gobernadora porque por cada caso nuevo que aparece es una promesa de cobertura universal incumplida. No se trata sólo de un virus: es la consecuencia de carreteras intransitables, profesionales de salud agotados y comunidades enteras fuera del radar del poder central, solo existen cuando hay campaña política.
No es justo que una enfermedad del siglo XIX siga matando en el siglo XXI. No es justo que se normalice la llegada tardía del Estado mientras se criminaliza la desesperación de los olvidados. Porque cuando el Estado no llega, la fiebre amarilla sí… y llega con toda la fuerza de una historia que insiste en repetirse.
Ya es hora de dejar de tapar huecos con comunicados de prensa y empezar a tejer un sistema de salud verdaderamente incluyente. Porque si no lo hacemos, la próxima epidemia ya estará en camino. Solo que, como siempre, la alarma sonará cuando ya sea demasiado tarde.