La política colombiana entró en una fase de grandes ligas, apta solo para estrategas consagrados y tahúres. Una lucha en la que ganan los lobos de colmillos más grandes, no los corderos ni los que posean el mejor programa sino el más capaz de generar emociones.
Uno de los grandes mitos del mundo moderno es que el ‘homo sapiens’ es un ser racional. Falso. No es que no razone, por supuesto. Es que en sus actuaciones cotidianas no prevalece la razón sino otros factores, entre ellos las emociones, los valores morales, las necesidades biológicas o los instintos. La vida está llena de casos que lo prueban y que sirven para explicar porque personas inteligentes hacen cosas estúpidas. Ahí están Lady Chatterley o Bill Clinton, pero no son pocos quienes actúan igual. En el fondo a todos nos mueven más las emociones que la razón. Esto se viene agudizando en el campo político, y es una consecuencia de la desideologización y del marchitamiento de los paradigmas. Al quedarse la política sin el objeto principal – la discusión programática – se reduce a la mecánica electoral y las emociones. Petro es el candidato que mejor combina los dos factores, el discursivo y el emocional. Sabe demoler adversarios y no pide ni da cuartel, se les tira a la yugular cuando le toca, sin dejar de proponer cosas, casi utópicas. De allí que lidere las encuestas.
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La democracia la inventaron los griegos, la política los italianos. Esta afirmación es discutible (como todas), pero válida para lo que quiero decir. Nadie ha podido superar a Maquiavelo en sus consejos sobre cómo gestionar y conservar el poder. En su obra cumbre, El Príncipe, sostiene que la primera obligación de quien tiene el poder es mantenerlo, y eso precisamente es lo que intentan Duque, el uribismo y los diferentes matices conservadores. Esa coalición tiene dos grandes divisas por las cuales está dispuesta a hacer lo que sea, pues “el fin justifica los medios”: “Uribe no puede perder” y “Petro no puede ganar”. Las dos tienen el mismo fin, aunque significados diferente. Hay sectores a los que no les importa que Uribe pierda, pero sí les preocupa que Petro gane. De hecho, hay voces e incluso ‘progresistas’ que lo “mascan, pero no pasan”. Carl Schmitt, uno de lo teóricos del nazismo, creía que los términos de referencia de la política eran las categorías ‘amigo-enemigo’ y condujo al exterminio de los judíos y a la guerra. Este perverso enfoque prevaleció durante la guerra fría. Colombia es uno de los pocos lugares en donde ésta no ha terminado y la política se sigue haciendo bajo ese prisma.
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Sergio Fajardo tiene, probablemente, el mejor programa de gobierno, y es un poco víctima de ese salvaje sincretismo entre Maquiavelo y Schmitt que se practica aquí. Nadie duda de que es un tipo bueno, un señor y una persona capaz. La cuestión es que al descalificar por igual a unos y a otros se quedó sin puerto de destino. La conversación con Rodolfo Hernández fue audaz, pero no resuelve nada. ¿No sería más racional hablar con Petro e inaugurar una nueva era de cambio que le devuelva futuro a Colombia y nobleza a la política, para que ésta deje de ser una danza de lobos hambrientos, en donde prevalecen las emociones y los instintos?
Santa Marta, 1 de mayo de 2022