La historia de esta columna lleva cerca de cuatro años guardada. En la pasada contienda electoral la comencé a esbozar frente a la posibilidad de que Gustavo Petro se convirtiera en presidente de Colombia, pero todo apuntaba a que definitivamente no lo sería, como a la postre sucedió. Muy distinto al panorama de hoy, en cuanto a que se da casi por descontado que reemplazará a Iván Duque en la Casa de Nariño, si nada extraño ocurre.
En fin, pocas veces se puede contar que se estuvo de tú a tú, en un espacio social distanciado -en dos o tres ocasiones-, con quien podría ser en pocas semanas el hombre más importante de Colombia en la rama Ejecutiva del poder público. Las veces que vi de frente a Petro fue al calor de encuentros universitarios nocturnos si mal no recuerdo por allá en la Bogotá de 1993 al 1995, cerca de una sede de la Universidad Católica de la calle 46 con 15, en uno de los ‘rumbeaderos’ de salsa y música bohemia.
Fue por una amiga y compañera que se dieron los encuentros, a quien llamaré Clemen, o mejor, a su novio de entonces, un estudiante de arquitectura a quien ella iba a recoger cumplidamente los viernes y nos pedía la acompañáramos para no irse sola por la Av. Caracas o la carrera 16.
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Esa era una rutina casi semanal luego de acabar nuestro ‘compartir’ en El Todo, el ‘centro social’ que se ubicaba frente a la Escuela de Periodismo; en fin, fue por ellos dos por quienes tuve la oportunidad de departir con Petro, al igual que lo hizo mi primo Napo, por entonces estudiante de diseño en la Universidad Nacional de Colombia, quien era mi socio de aventuras capitalinas en viernes de tertulia, rumba, polas y conquistas.
Precisamente mi primo estuvo hace algunas semanas en Ibagué con su esposa e hijos y conversamos y nos reímos recordando aquellos encuentros con este personaje poderoso de hoy que, definitivamente, en esas fotografías de nuestra memoria sigue manteniendo los rasgos de personalidad que le vimos de cerca bajo las tenues luces de un bar: Locuaz, inteligente, coherente, rápido mentalmente, hiperbólico, ácido, impositivo, prepotente y egocéntrico; un poco lo que han descrito públicamente quienes lo han conocido de cerca o se han alejado de él como Navarro Wolf e incluso como en algún momento lo describió La Pulla de El Espectador, al analizar su forma de ser.
Y antes de que se activen las bodegas de fanáticos petristas, les recuerdo que estoy hablando del Petro de hace más de 20 años y no la figura política actual que con coraje destapó desde el Congreso el entramado político del paramilitarismo y la política colombiana, los tentáculos de la mafia con la clase dirigente y los robos al erario como los de los Moreno Rojas en Bogotá.
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Aclarado eso, al escuchar y ver por estos días los señalamientos de que ha salido a alguna tarima alicorado a dar un discurso, pues imposible no recordar que lo vi ‘copetón’ como a cualquier parroquiano que debatía y discutía con otros jóvenes sobre la vida, el amor, el país y la política, y claro, no voy a contar qué estrategia debimos utilizar alguna vez para que se despertara, parara y se fuera.
Los pocos que conocen de esta historia, siempre me preguntan si en esos encuentros lo vi armado, debo decir que no, a él nunca, pero al señor que siempre lo acompañó (gordo, calvo y cojo) sí, guardaba un arma larga –no sé de qué tipo- en una especie de bolso de viaje. Aclaro que a este acompañante nunca lo vi beber licor.
Para finalizar y evocando esas noches bogotanas de los 90 con Clemen y Napo, ni ellos ni yo recordamos si en alguno de esos encuentros casuales Petro llegó a pagar la cuenta, contribuyera con la ‘vaca’ o si nos ‘gotereó’ (porque Petro siempre llegó cuando ya departíamos un número de amigos, Clemen y su novio, del cual creo era amigo o conocido el candidato). Pero coincidimos en que nunca lo vimos pagar. En fin, creo que en algún momento de la vida tendremos una historia con un presidenciable, esta es la mía con Petro.