Las próximas elecciones serán, probablemente, las más importantes desde 1970 entre Rojas Pinilla y Misael Pastrana. Las condiciones sociales y económicas son las peores de los últimos 70 años, el país es una olla pitadora a punto de estallar, miles de personas aguantan hambre y millones viven en la pobreza. Para completar esta tragedia, la credibilidad en las instituciones es pobrísima. Existe un acelerado y peligroso agotamiento del paradigma democrático, que podría dar al traste con nuestra endeble democracia liberal.
El sentimiento antipolítico en amplias franjas de la población es fortísimo, de allí que propuestas como reducir el Congreso, bajarles el salario a los congresistas, clausurar embajadas y consulados, y fusionar ministerios, sean taquilleras. Mañana un presidente de la República podría cerrar el Congreso, acabar la Corte Constitucional e ilegalizar los partidos políticos con el aplauso mayoritario de la población. “Todos los políticos son unas ratas”, es parte del mensaje que subyace en sectores de la ciudadanía. Y es entendible. La atmósfera pública está degradada como nunca. ‘Gratitud eterna’, ¡presidente Duque!
En las pasadas elecciones hubo un hecho político que no hemos digerido plenamente. Detrás del ascenso de Rodolfo Hernández, que se nos quiere vender como una reacción popular anti política (y que en parte lo es), existe una hábil jugada de laboratorio en la que participó casi todo el aparato mediático y las encuestadoras. Esta ‘jugadita’ tenía dos objetivos: uno, descabalgar a Federico Gutiérrez, ante la evidencia de su estancamiento, y dos, crear una nueva opción con capacidad para derrotar a Petro. Fue perfecta. El ingeniero se está volviendo casi inatajable. Millones de ciudadanos saldrán a votar por odio a Petro, sin importarles a quién van a subir al poder. “Cualquiera menos Petro”, dicen en las redes y calles. Fue exacerbando el odio a las Farc como fracasó el plebiscito por la paz en 2016. Consiguieron que la gente “saliera a votar verraca”, y ganaron. A muchas personas no les importa que Hernández tenga cuentas pendientes con la justicia, que si gana, haya impunidad, ni que quiera gobernar a punta de decreto, pues carece de respaldo propio en el Congreso.
La democracia liberal está en riesgo. De allí que sean perfectamente explicables las adhesiones a Petro de Alejandro Gaviria y Antanas Mockus. Puede haber diferencias programáticas y críticas al estilo (de hecho las hay), pero nadie puede negar que desde que firmó la paz Petro ha enfrentado a sus contradictores con la constitución y la ley en las manos. Además, ha abrazado con fervor el ideario liberal. La adhesión a la ‘Revolución en marcha’ de López y Echandía, y a las tesis de Carlos Lleras y Luis Carlos Galán, no son nuevas. Ante este panorama, he abogado ante Juan Manuel Galán, el director de mi partido, por el que sólo profeso gratitud y cariño, para que abriese un diálogo con el candidato del Pacto Histórico, lo cual felizmente se produjo el pasado viernes. Galán anunciará su decisión mañana. Seré respetuoso cualesquiera ésta sea. Sin embargo, siguiendo los dictados de mi propia conciencia, pensando solo en Colombia y sin ningún cálculo electoral, he decidido dejar clara mi posición: necesitamos desactivar el volcán social sobre el que estamos durmiendo y fortalecer la institucionalidad democrática. La fiebre no está en las sábanas. No es acabando con las instituciones sino castigando a los corruptos. Sí. Votaré Petro.
Bogotá, 4 de junio de 2022