Carmen piensa en que tiene mucho qué hacer, pero se ve incapaz de levantarse del sofá. Lleva días así, o quizás semanas, pensando en todo eso que debería hacer, pero no hace, porque no encuentra las fuerzas para hacerlo. Es una sensación extraña. Algo así como si estuviera abatida en combate, como si fuera un soldado derribado en alguna guerra, que ni si quiera es consciente de haber librado. Ella fue una persona muy vital no hace tanto tiempo, pero ahora mismo no sabe cómo salir de ese círculo, cómo volver tener interés por las cosas, y sacar fuerzas para afrontar nuevas iniciativas. Todo se le hace un mundo, y lo peor de todo eso, es que no encuentra la forma de sentirse mejor, hasta tal punto, que empieza a asumir que ese va a ser su nuevo estado a partir de ahora.
La tristeza patológica, más conocida por los especialistas como depresión, afecta alrededor del 5 % de los españoles, aunque se calcula que un 10 % de nuestra población pasará por un proceso depresivo a lo largo de su vida. Si bien los expertos llevan tiempo pronosticando que la depresión será una de las epidemias del S. XXI, concretamente se estima que en unos quince años se convertirá en la primera causa de invalidez a nivel mundial. Una cuestión nada baladí. No sólo eso, recientemente la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental alertaba de que pese al aumento en el consumo de fármacos antidepresivos, se produce la paradoja de que gran parte de sus consumidores no padece realmente de depresión, y de los que sí la padecen, la mitad de ellos acudirá a su médico de familia sin que la detecten, y por tanto, continuará sin tratamiento o medicación.
Esas son las cifras, los datos, las probabilidades. Pero la depresión es mucho más que eso, porque se trata de un problema que impacta de forma terrible en la vida de la gente. Porque no sólo afecta a la persona que la padece, sino también a todos los que la rodean. Aunque de eso se hable menos.
Y es que, al hablar de casos como el de Carmen (la depresión afecta sobre todo a mujeres de entre 30 y 40 años), se olvida muchas veces contar la historia del marido angustiado, que insiste en ese “venga anímate mujer” o le propone constantemente planes, en un intento de verla más activa, sin saber, que en realidad, todo eso hunde mucho más a su mujer. Tampoco se habla de la madre, que hace por escucharla, pero que al final la agobia más reconociendo que tiene razón en lo mal que están las cosas, o de la amiga, que por quitar hierro al asunto, argumenta que no hay que hacer de todo un mundo, y que solo será una racha.
Olvidamos, que las primeras personas que detectan una depresión, no suelen ser los médicos, sino las personas más cercanas al paciente, y lo que nadie dice es que para ellos no es nada fácil. Ver a alguien que quieres atravesar esa mala situación es angustioso y frustrante, y por ello, todos querríamos saber qué cosas hacemos mal, o cómo sería mejor que actuásemos ante esa depresión, cuando al final lo único que queremos es ayudar. Estos suelen ser algunos de los fallos más comunes, que los expertos nos explican cómo corregir:
1. Trivializar la situación, cuando es un problema y se necesita ayuda
Tendemos a pensar que cuando una persona es negativa o se siente triste, cambiar ese estado de ánimo es una cuestión de actitud, pero a veces no es tan fácil como eso. “Es importante que se asuma la dificultad que supone superar una depresión y que ello no es debido a la falta de voluntad del deprimido, sino a la propia depresión que, entre otras cosas, anula la voluntad de la persona” comenta el psicólogo clínico Miguel A. Rizaldos, insistiendo en que trivializar el problema no ayudará a afrontarlo. Hay que ayudar a la persona a darse cuenta, de que igual que existen problemas físicos, que necesitan de tratamiento, ocurre igual con lo psicológico, aunque en este caso la solución no sea sólo la farmacológica.
2. Ver el problema desde nuestra perspectiva en vez de empatizar
“Introducir los pies en sus zapatos y caminar con ellos, siendo así conscientes de cuáles son sus circunstancias, puede orientarnos respecto a qué necesita”, ese es el primer cambio en la perspectiva que pone sobre la mesa Raquel García Romeral, psicóloga en Gabinete RgR. Cuando damos consejos, tendemos a ver las situaciones desde nuestra propia perspectiva, pero si queremos realmente ayudar, lo ideal es optar por la empatía, para tener más pistas sobre si esa persona necesita un hombro en el que llorar, distraerse, o solo que la escuchen en silencio. Ante la duda, siempre se lo podemos preguntar, en vez de dar las cosas por hecho.
3. Caer en los “anímate”
Caemos en esa frase casi por defecto, como si un “anímate” pudiera arreglarlo todo, o como si esa persona no se hubiera dado cuenta de que su problema podría arreglarse de forma tan simple. La intención, claro, es buena, pero el efecto ya no tanto. “Para alguien que se encuentra encerrado en esa oscuridad interior, probablemente no sea de utilidad escuchar ese ¡anímate! o que le insinúen que está donde no debe”, insiste Raquel García Romeral. De hecho, según la experta “puede que entonces se sienta poco respetado en relación a lo que está vivenciando e incluso culpable por haberse metido allí y no poder o querer salir”. Con esta misma idea, Miguel Rizaldos apunta a que frases del estilo “sé positivo”, “vamos, alégrate”, o “sé cómo te sientes”, pueden provocar lo que no queremos: más culpa y tristeza.
4. Imponer en vez de sugerir o proponer
Puede que en ocasiones salir de la rutina ayude a cambiar las perspectivas, la cuestión es cómo debemos sacar a esa persona de casa, si bajo un ordeno y mando, dada su poca voluntad a hacer cosas, o si quizás deberíamos cambiar de estrategia. “Se ha demostrado que cuantas más actividades agradables se realice, mejor será su estado de ánimo, pero teniendo en cuenta que la persona deprimida no está en buena disposición para llevar a cabo las mismas, conviene que nuestras peticiones o sugerencias no suenen a imposición”, aclara Rizaldos.
5. Asumir sus decisiones y responsabilidades
Cuando alguien querido nos preocupa y nos ponemos en modo “cuidador”, a veces acabamos por anular la poca voluntad que le queda, aún sin mala intención. Lo matiza un poco mejor la psicóloga del Gabinete RgR: “Como familiar o pareja, asumimos como propias las decisiones, tareas y responsabilidades que le competen a la persona que se advierte triste, y de esa manera, sin darnos cuenta, podemos ser cómplices de construir dinámicas que mantengan la situación de depresión más tiempo del necesario”. Al final, todo es cuestión de buscar equilibrios.
6. Alimentar el discurso negativo
Precisamente, en eso de buscar los equilibrios está la clave. No podemos decirle a esa persona que lo que le pasa es sólo una racha o algo trivial, pero tampoco podemos pasarnos al otro extremo, y acabar dándole más argumentos para verlo todo negro. “No es bueno alimentar sus quejas o fomentar discursos negativos”, afirma Miguel Rizaldos, que a cambio propone intentar desviar la conversación hacia otros temas, pero de forma sutil, con frases del estilo “creo que no es bueno para ti hablar de cosas que te hacen sentir mal”, o “entiendo que tal y como estás veas todo tan negativo, pero creo que no es bueno que yo lo fomente, así que si te parece podemos hablar de otros cosas, por ejemplo…”.
7. Hacer reproches en vez de valorarle
La persona que está deprimida lo pasa muy mal, pero quien la acompaña no vive un camino de rosas, ni mucho menos. Es fácil caer en el reproche, pero antes de eso, respiremos, y pensemos que si de verdad queremos ayudar a esa persona a salir de esa situación, lo que necesita es sentirse valorado, no aún peor consigo mismo de lo que ya se siente. En este caso, la frase que perfila Rizaldos es bien sencilla: “Aunque no te sientas bien, creo en ti y eres genial”. Y es que, tal y como opina el experto “por mucho que pueda parecer una afirmación forzada, es fundamental trasladarle que le valoras y es una persona importante para ti, no hay que olvidar que lo normal es que haya perdido la esperanza y confianza en sí mismo”.
8. Intentar reemplazar al profesional
Puedes ser amigo, puedes ser madre, puedes ser pareja, pero asúmelo, no eres un psicólogo, y no deberías intentar serlo. “Si las soluciones que la persona y el entorno estén aplicando no estén resultando eficaces, en ese caso, habrá que cambiar de estrategia y para ello se puede consultar con un psicólogo especializado”, recuerda García Romeral. No hay que olvidar, que todos tenemos nuestros límites, y que si está bien ayudar, ciertos problemas hay que ponerlos en manos de un verdadero profesional.