Por: Marco Aurelio Prieto Aristizabal
¡Maten a esa rata!, gritamos desde el hartazgo quienes nos proclamamos víctimas de ladronzuelos y otras nocivas faunas que merodean por los barrios de la periferia, del centro de nuestras ciudades y por los caminos de herradura, no obstante, y con Maluma proclamado como artista oficial desde la influyente Antioquia que condenó otrora a sus genios artísticos, vale la pena preguntar, ¿la condición de victimas nos exime de nuestra complicidad con los victimarios?
Veamos. Un joven que ingresa a cualquier proceso institucional, estatal o particular, se expone a una amplia gama de posibilidades normativas para recibir sanciones, sin embargo, al infractor, ¿qué le podemos exigir en un país en el que los dos principales cargos de elección popular están ocupados por sujetos que en campaña presentaron falsa titulación? O verbigracia, el ministro Carrasquilla, quien ante lo irrefutable y lo condenable, sale invicto y ve con socarrona risa que la moción de censura se cae en medio de la más absurda desventura en términos de regencia desde del Estado Social de Derecho, de tal suerte ¿en qué momento podemos señalar el fallido paradigma de la institución como modelo de organización y desarrollo social?
Desde los cuerpos colegiados, en que concejales y diputados omiten sus funciones de control político mientras aúpan terribles populismos, cohonestando con alcaldes y gobernadores destacados por la corrupción (casos Milton Restrepo y Jorge Bolívar, en Ibagué y en el Tolima, entre otros), hasta las altas esferas del poder, el discurso de influencia y mandato ha sido legitimado desde las urnas por parte de quienes asistimos a ese sin remedio llamado elecciones populares; ni queremos ni podemos esgrimir excusas en favor de la delictividad, pero la sentencia de Murillo Toro sobre la justicia como fustigación de los menos favorecidos sigue empoderada, y no con el fórceps de quienes han sido replica de aquel pasaje en el que el ladrón grita, ¡cojan al ladrón!, sino por quienes nos quejamos de todo, pero todo lo entregamos con la omisión o el apoyo a la corrupción, pues pareciera que ser víctimas se nos convierte en un papelón y no en un drama.
Sin embargo hay un país que resiste y, a pesar de las omisiones y las apologías que, por cruel ejemplo, lanzan a las fauces de criminales sexuales de todos los estratos y regiones a inocentes como Yuliana y Génesis, entre tantas, hay mujeres que dicen no más y se movilizan a pesar de las injurias y el desprecio de estos portentos de la moral llamados medios de comunicación, que se prestigian de ejercer la presión en nombre de la libertad de expresión y que hacen homenajes novelescos a grandes criminales de la historia, en paralelo al silenciamiento contra la Colombia profunda que nunca registran, salvo cuando necesitan impactar el índice de audiencia, y que nos influencian de tal modo que al agresor lo compadecemos porque la víctima “algo habrá hecho”.
No importa cuántos casos aborrecibles como el de la señora Claudia Ortiz o el senador Macías pretendan hacer aguas con la formación académica, pues las aspiraciones a una titulación técnica, tecnológica o profesional siguen persistiendo en nuestra nación, y por ello miles de jóvenes marchan en contra de todas las formas de estigmatización para defender la educación pública, gratuita y de calidad; no importa que tengamos unas FFMM involucradas permanentemente en la comisión de delitos o funcionarios huyendo de la ley, pues miles de personas siguen decidiéndose por el oficio de servidor público como una labor que puede ir más allá del lucro.
#LaOtraVerdad es que nadie podrá frustrar nuestras aspiraciones si conservamos la generosidad de querer existir a toda humanidad, y, con los bemoles del caso, llegar a una sociedad en la que en vez de gritar con ira, ¡maten a esa rata!, exijamos a voces, ¡eduquemos a nuestro hermano!