La alcaldesa de Ibagué, Johana Aranda, ha marcado un punto de quiebre en su administración al declarar oficialmente su independencia política del exalcalde Andrés Hurtado. En una contundente entrevista, defendió la “poda hurtadista” en su gabinete como una estrategia en busca de resultados, desmintió conspiraciones, advirtió que más cabezas podrían rodar en institutos como el SETP, y envió un claro mensaje sobre su autonomía: sus decisiones no responden a presiones ni a lealtades pasadas, sino a los ciudadanos.
En un movimiento que redefine el panorama político de Ibagué, la alcaldesa Johana Aranda ha roto su silencio para declarar, de manera oficial y sin rodeos, su independencia política de su antecesor y exmentor, Andrés Hurtado. Durante una entrevista exclusiva, la mandataria asumió como propias las controvertidas decisiones que han llevado a la salida de figuras clave del “hurtadismo”, poniendo fin a semanas de especulaciones. Este acto no es solo una justificación de cambios administrativos, sino la proclamación de un nuevo rumbo y un estilo de gobierno propio, con el que busca distanciarse de la sombra de la administración anterior y consolidar su propio liderazgo.
La justificación detrás de esta “poda”, según Aranda, es una búsqueda implacable de eficiencia y resultados tangibles para la ciudad. Comparando su mandato con un partido de fútbol, afirmó que ha iniciado un “segundo tiempo” que exige una reconfiguración estratégica del equipo. La salida de figuras como la exgerente del IBAL, Erika Palma, ejemplifica esta nueva doctrina: no se trata de deslealtades, sino de ciclos cumplidos y de la necesidad de alinear a todo el gabinete con una agenda de ejecución acelerada. Para Aranda, los cargos públicos no están “escriturados” y la permanencia en ellos se gana con rendimiento y no con lealtades pasadas.
El momento más contundente de su intervención llegó cuando reafirmó su total autonomía, buscando disipar cualquier percepción de que es una líder teledirigida. “No tengo a nadie que tome decisiones por mí”, sentenció con una firmeza inusual, añadiendo una frase aún más personal y poderosa: “Lo que me dice mi papá es lo que cuenta para mí”. Con estas declaraciones, Aranda traza una línea definitiva en la arena, confrontando directamente la narrativa de que su administración era una simple continuación del “hurtadismo” y estableciendo que la máxima autoridad en su gobierno es, inequívocamente, ella misma.
En esa misma línea, desestimó por completo las recientes insinuaciones de Carolina Hurtado, hermana del exalcalde, sobre una supuesta conspiración en su contra. Aranda negó la existencia de complots y rechazó la idea de que factores externos dicten sus acciones, reafirmando que su círculo de influencia es deliberadamente reducido y enfocado. “Yo soy una gobernante que escucha a los ciudadanos y al de arriba”, agregó, dejando claro que su brújula moral y el clamor ciudadano son sus únicas guías, y que no se dejará arrastrar por los ruidos y las presiones que intentan desviarla de su objetivo principal de gobernar.
Lejos de dar por terminados los ajustes, la alcaldesa lanzó una seria advertencia a todo su equipo de trabajo: la era de la evaluación ha comenzado y más cambios podrían estar en camino. “Si tengo que seguir tomando decisiones, las tomaré. Hoy necesito resultados”, advirtió, poniendo en la mira directa a entidades cuyo rendimiento parece no satisfacerla. Mencionó explícitamente al Sistema Estratégico de Transporte Público (SETP) y a su gerente, Aquileo Medina, como un área bajo estricta observación, enviando un mensaje inequívoco de que ninguna posición está garantizada si no se traduce en ejecutorias concretas para la ciudad.
Consciente de que la política es un juego de equilibrios, Aranda también dedicó parte de su mensaje a los demás aliados que la acompañaron en su campaña. Habló de la necesidad de “sanar las heridas”, en una clara alusión a las preocupaciones de partidos como el Centro Democrático, que se sentían opacados por la influencia “hurtadista”. Sus acciones, por lo tanto, no solo representan una ruptura, sino también un esfuerzo por rebalancear su coalición de gobierno, mostrando gratitud y garantizando una representación más equitativa para todas las fuerzas políticas que le dieron su respaldo en las urnas.
Esta serie de decisiones y declaraciones configura la filosofía de una nueva era en la Alcaldía de Ibagué, una marcada por el pragmatismo, la exigencia de resultados y un liderazgo vertical. Johana Aranda está construyendo una identidad política propia, fundamentada en la gestión por encima de los compromisos y en una lealtad que, según sus palabras, le pertenece exclusivamente al progreso de la ciudad. Su mensaje es claro: el tiempo de las transiciones ha terminado y ha comenzado el tiempo de la ejecución bajo sus propios términos y con su propio sello personal.
Finalmente, la mandataria cerró el capítulo de la controversia personal con una muestra de madurez política. Expresó su cariño por Carolina Hurtado, pero estableció una firme barrera profesional al negarse a participar en debates que considera estériles y distractores. “No tengo tiempo para responder señalamientos”, concluyó, encapsulando el espíritu de su nueva postura: una alcaldesa enfocada en la gestión, que ha decidido dejar atrás las polémicas del pasado para concentrar toda su energía en la compleja tarea de gobernar y entregar los resultados que prometió a los ibaguereños.