En Colombia, desde 2016 se viene registrando un descenso en la matrícula universitaria nueva. Las Instituciones de Educación Superior (IES) privadas se están viendo a gatas para alcanzar los números esperados. Las públicas tienen menos problemas, pero ojo, también están experimentando decrecimiento.
La pregunta subyacente es ¿y cuál es la causa? Dos respuestas han monopolizado el debate. El cambio demográfico y los costos o financiación. Sin duda estas dos variables tienen un peso significativo en dicha caída. Menos gente joven, por una parte, y crisis económica por la otra, incluso en la universidad pública, pues la matrícula no lo es todo.
Cómo sostenerse mientras se estudia. Es difícil dedicarse a ello sin tener para movilizarse ni qué echarle a la olla. Apenas lógico. Aun así, se debe analizar si existen otras causas. He conversado con varios jóvenes sobre esto y algunos sostienen que estudiar una carrera en Colombia “no paga”, pues no es garantía de empleo ni de ascenso social. Una estudiante me dijo: “Al terminar estudios nos ofrecen salarios inferiores a los ingresos de quienes venden frutas o empanadas en la calle”. Y es cierto.
Hace unos meses, Juan Daniel Oviedo, en sus días de director del Dane, me mostró evidencia sobre la existencia de desempleo calificado en Ibagué. Por otra parte, el paradigma de éxito también ha cambiado, muchos consideran un error gastar cinco años estudiando, mientras otros ‘triunfan’ sin pisar una universidad. Esto es dramático y explica el deseo de la juventud por irse.
Según Migración Colombia, entre 2014 -2019 salieron 494.379 personas cuyo motivo de viaje fue ‘estudios’. Lo dudo mucho. En realidad, el visado de estudios es la opción para establecerse legalmente en otro país, a pesar de lo costoso que resulta.
La cuestión es compleja. Carlos III, durante la segunda mitad del siglo XVIII, promovió una decena de reformas universitarias y comenzó con dos: una en Sevilla y otra en el virreinato de la Nueva Granada, esta última dirigida por el mariquiteño Francisco Antonio Moreno y Escandón. El rey era consciente de la necesidad de ajustar el plan de estudios a los nuevos tiempos derivados de la Ilustración, y de la dificultad de adaptación de la Iglesia Católica, quien monopolizaba la enseñanza superior.
Actualmente, se requiere una reforma educativa, en métodos, contenidos y pertinencia, la cual debe ir más allá de modificar la ley 30 de 1992. Repensar totalmente la educación es prerrequisito para revalidar la promesa de nuestros padres sobre que ésta era la mejor herencia, la juventud ha dejado de creer en ella debido a la crudeza de la vida real. Un título universitario hoy, en muchos casos, es un tiquete para ninguna parte y solo genera frustración. A la universidad se entra con alegría y se sale con angustia.
Es de aplaudir la decisión del presidente Petro de ampliar en sesenta mil los cupos de las universidades públicas. Pero ¿es la cobertura el principal problema? Posiblemente, en algunas zonas sí. No obstante, debemos preguntarnos por qué ha perdido atractivo la universidad, y si se forma para el futuro o para un mundo que está dejando de ser. El debate es tan complejo como pertinente, en cualquier caso, una cosa sí es cierta: sin educación no hay paraíso.
Guillermo Pérez Flórez
Columnista