Al cierre de estas líneas se conoce el anuncio del Presidente Duque de retirar la Reforma Tributaria, sin duda un triunfo conseguido por los jóvenes colombianos. Lástima haberlo logrado tras la muerte de cinco de ellos, más un Policía colombiano, con tantos lesionados, daños en bienes y un ambiente enrarecido porque su terquedad Presidente rayó con la estupidez. A propósito, es poco menos que indignante y altamente mezquino que a más de 13 horas del asesinato del Joven Murillo, no se hubiera conocido ni un solo pronunciamiento del Alcalde de Ibagué, Andrés Hurtado, sobre el lamentable hecho, ni de su Secretario de Gobierno. Les recuerdo que no fue un gato –y ni eso- al que asesinaron y no fue en Pereira, Cartagena o Tunja, si no en una avenida principal de Ibagué. Indolentes.
Ahora sí, GRACIAS JÓVENES. Ustedes han sido protagonistas de primer orden en la indignación que siente el pueblo colombiano frente a la regresiva Reforma Tributaria del gobierno Duque, Uribe y el Centro Democrático, lesiva contra los asalariados y la clase media colombiana, impulsada en uno de los peores momentos económicos de las familias colombianas.
De sobra han dado en las calles y dejado en el asfalto ejemplo de valentía, gallardía y dignidad. Lo han hecho en la gran mayoría de veces en paz, de fiesta y con respeto. Por eso, es de resaltar lo que pasó en Ibagué el viernes anterior desde las 3 de la tarde hasta cerca de las 7 de la noche o el sábado durante casi seis horas que mereció el reconocimiento público, pues mientras marchaban mucha gente salió a aplaudirlos desde las ventanas y balcones, los comerciantes no cerraron y les agradecieron por no estar en modo silencio.
Pero también, son ustedes muchachos, los que están poniendo los muertos, perdiendo los ojos, recibiendo el golpe de la cachiporra, respirando el gas lacrimógeno y padeciendo la intimidación de “identifíquese o me lo llevo”. Jóvenes, son parte de una sociedad que por momentos parece tentada a dejarlos solos en la lucha, lenta para reconocer sus justas, pero rápida en descalificarlos. Que al mencionarlos los refiere en tercera persona de manera impersonal con un tufillo despectivo, que quiere que ustedes protesten y luchen por todos, pero sin gritar; que muestren su indignación sin marchar; que exijan justicia y equidad sin estorbar la movilidad; que expresen el descontento con protocolo y etiqueta sin rayar; que haya mucho glamur en las demandas; que hagan plantones solo los días festivos en la tarde o domingos al medio día y ojalá en vías circunvalares.
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Estoy convencido que esos jóvenes no son idiotas útiles ni iletrados, como algunos pretenden obtusamente desdibujarlos ahora desde la opinión, por el simple “pecado” de atreverse a no tragar entero ante un Gobierno que cree tiene espectadores y no ciudadanos con capacidad crítica y análisis propio.
Me niego a seguir siendo cómplice de la explicación rápida, falaz y burda, de la respuesta inmediatista de la policía, la fiscalía y algunas autoridades al referirse a la manifestación de millones de jóvenes como vándalos, saqueadores o terroristas urbanos, como si fueran una horda de hampones que no sabe lo que quieren, solo para descalificarlos y lavarse las manos. Me resisto, porque la mayoría de los que he visto se han manifestado de forma pacífica, cargada de estilo vital, llenos de energía, entusiasmo, vociferando sí, también retando y cargados del éxtasis hormonal propio de su edad, pero sin duda, con grandeza y amor por esta dolida nación nuestra.
Claro, tampoco se trata este texto de un exagerado reconocimiento a su actitud, ni de aplaudir desmanes o actos violentos, si no más bien de un sencillo reconocimiento a que esa energía, su descontento, es un no rotundo al conformismo con este país inequitativo, desigual y violento que les heredamos; entenderles que quieren otro, construirlo distinto o al menos en algo diferente, por lo cual deben cimentarlo de otra manera, forjando su propia historia y no resignándose a recibirlo tal cual; como tampoco manteniendo la inercia del devenir, del statu quo y de que exclusivamente se debe conservar en la apariencia de paz, progreso, civilidad y democracia.
Pero, en verdad, no sé si invitarlos a seguir luchando y resistiendo. A continuar dando ejemplo con sudor y viva voz a esa dignidad y templanza exhibida hasta ahora en busca de un país mejor y menos injusto económicamente o tan siquiera con mayores oportunidades para ustedes; o si, más bien, acogiendo el llamado de la prudencia y ¿porque no? del miedo de verlos morir y ser agredidos, pedirles que vuelvan a sus casas y en el calor del hogar se resignen a vivir en la Colombia que se niega la verdad de la crisis histórica a sí misma. En verdad, no sé pedirles jóvenes, pero en todo caso: GRACIAS.