Indistintamente de los resultados de la reunión sostenida entre el Gobierno Duque y los líderes de centrales obreras y movimientos cívicos por estos 18 días de protestas sociales en Colombia, con tan horrorosa cantidad de muertos (especialmente jóvenes), violaciones a los derechos humanos, mutilados, un ambiente tenso y crispado, es hora de que la resistencia se vuelva cambio.
Es decir, dejar la encrucijada en la cual pareciera estar entrando, en un diálogo de sordos, una conversación con si mismos o a lo sumo un monólogo. Se requiere dialogar para negociar; ascender a un nuevo nivel del bien colectivo tratando de curar esta Colombia herida, donde se necesita mirar al otro en la diferencia, no como enemigo público (especialmente desde la Policía) si no con hidalguía y acciones de respeto a su vida, integridad, pensamiento y libre expresión.
Es urgente hacerlo porque ya empezaron las movidas para fortalecer el clientelismo, alinear de nuevo el establecimiento y cerrar los espacios logrados para impulsar ese cambio estructural en Colombia, que se han ganado con las multitudinarias manifestaciones. O si no, miren los malabares de Gaviria y Vargas en los últimos días. Nuevamente para ocultar ciertos intereses particulares con el Estado, que quedaron al descubierto en este maremagnum de información publicada.
También, porque hay que recordar que la verdad pierde su valía cuando quienes deben escucharla no quieren. Y es justo lo que ya se está asomando a escena, la estrategia de achacar culpas a diestra y siniestra para en un reduccionismo extremo concluir que como todos son culpables nadie puede pagar o responsabilizarse, ni siquiera por los muertos o desaparecidos. Justo cuando la gente decidió mostrar mayoritariamente su hastío por todos ellos y todo como está, ponerse en pie y dar ejemplo de dignidad.
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Por lo tanto, es necesario avanzar ya en puntos de convergencia como reducir el Congreso por su enorme e inoficioso gasto público y cuyos miembros en buena medida parecen lobistas al servicio de grupos de interés, sectores económicos y no representantes del pueblo colombiano; que nadie pueda devengar ni pensionarse con más de 20 SMLMV del erario y que ni el Congreso ni el reducido grupo de magistrados de las cortes puedan a travesarse a la voluntad popular, como hasta ahora lo han hecho defendiendo sus propios intereses, teorizando sobre “derechos y garantías” para no permitir esta justa causa. Tampoco, no más de dos periodos en corporaciones públicas.
Igualmente, eliminar las exenciones fiscales, especialmente a empresas extractivistas y sector financiero, dejando su aporte tributario en lo contemplado hasta el año 2019 -antes de la primera reforma de Carrasquilla- que según los estimados más modestos les permitió dejar de tributar entre 9 y 14 billones de pesos.
Una mesa para concretar lo referente al sector salud y sus requerimientos donde estén quienes conocen del mismo como la Federación Médica Colombiana, ligas de usuarios y desde allí construir la nueva Ley del sistema en favor de prestadores y no de intermediarios.
Igualmente, decretar la gratuidad universal de la educación pública en Colombia en todos los niveles y asegurar los recursos para ello. En especial para investigación, ciencia y tecnología.
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Frente al ESMAD, más que su desmonte, se requiere con urgencia elevar los requisitos de ingreso para ser Policía en Colombia, el tiempo de capacitación, exámenes de admisión y más niveles educativos deben implementarse y desligar esa obtusa idea mantenida de que se estructuren y capaciten como cuerpo anexo la doctrina militar. Los reiterados casos de abuso, violencia, brutalidad y sicariato de miembros de esa institución contra civiles en estas protestas son más que suficiente para reformarla.
En fin, exigir e impulsar sin más demoras estas coincidencias ciudadanas, porque deben iniciar su camino de implementación. Para ello hay que iluminar los ojos del corazón, comprender las transformaciones sin exageraciones ni dejar que se nos robe la alegría, porque es con la esperanza desde donde se construye el cambio a partir de la resistencia.
¡Ah! Y por último. No me voy a callar. No voy hacer complaciente ni cómplice ante ningún abuso policial o de ninguna fuerza. No voy a mirar hacia otro lado. Punto.