Ibagué, la capital musical de Colombia, se viste de color con la llegada anual de los ocobos, árboles que en agosto y septiembre transforman la ciudad en un tapiz de flores rosadas, lilas y blancas. Este espectáculo natural no solo embellece las calles y parques, sino que también resalta la identidad de la ciudad y atrae a turistas y locales por igual.
Los ocobos, originarios de las Américas, llegaron a Ibagué en la década de 1950, gracias a la entonces gobernadora Aida Saavedra, quien introdujo las semillas desde Armero Guayabal. Las primeras siembras se realizaron en los barrios La Pola, El Centro, Belén y Cádiz, y hoy en día, la ciudad cuenta con unos 10.500 ocobos, según el último censo de Cortolima. Estos árboles, que pueden alcanzar hasta 30 metros de altura, florecen en agosto y septiembre, cubriendo el pavimento y las zonas verdes de un vibrante manto rosado.
Uno de los lugares donde estos árboles destacan especialmente es en el Parque Centenario. Sin embargo, este icónico espacio se encuentra en la mira de la administración municipal, que bajo el proyecto “Operación Centenario” contempla la intervención del parque, incluyendo la tala de algunos árboles. La incertidumbre sobre si estos árboles incluyen ocobos ha generado preocupación entre la ciudadanía, que ve en ellos un patrimonio natural invaluable.
La historia de los ocobos en Ibagué es también la historia de la lucha por su conservación. En el año 2000, durante la alcaldía de Carmen Inés Cruz, se emitió el Decreto No. 00569, declarando oficialmente al ocobo como el árbol insignia de la ciudad. Desde entonces, el Día de los Ocobos se celebra cada 16 de marzo y 16 de septiembre, con siembras masivas que buscan mantener viva esta tradición.
Estos árboles no solo son un deleite visual, sino que también tienen un gran valor práctico. Su madera es apreciada en la construcción y ebanistería, y sus hojas y flores se utilizan como antídoto contra mordeduras de serpientes. Los ocobos, que florecen dos veces al año, en febrero y marzo, y nuevamente en agosto y septiembre, son un recordatorio constante de la riqueza natural de la región.
La preservación de los ocobos es un tema que no puede ser ignorado, especialmente en un contexto donde el desarrollo urbano a menudo amenaza estos espacios verdes. La comunidad ibaguereña, consciente de su valor, continúa abogando por la protección de estos árboles, que no solo embellecen la ciudad, sino que también forman parte de su historia y cultura.
El esplendor de los ocobos no es solo un regalo de la naturaleza, sino un llamado a valorar y proteger nuestro entorno. Cada flor que cae al suelo es un testimonio de la belleza que nos rodea y una invitación a mantener viva la conexión con nuestro patrimonio natural.