Por: Cristian Camilo Trujillo – Reportero gráfico La Otra Verdad
Después de tantos meses de confinamiento, cuarentenas y miedo de la pandemia de la COVID-19, los colombianos volvieron a salir a las calles. Esta vez, no fue convocada por una central obrera, ni estudiantes universitarios. Fue un estallido social que rebosó la copa el día 9 de septiembre del 2020, al ser brutalmente asesinado Javier Ordoñez por más de 5 policías en el CAI de Villa Luz de la ciudad de Bogotá.
El 10 de septiembre, Bogotá se levantó en llamas, más de 13 muertos, cientos de heridos y 48 CAIs (Comando de Atención inmediata) incendiados y parcialmente destruidos. Parecía una versión 2.0 del Bogotazo cuando mataron a Jorge Eliecer Gaitán el tan recordado 9 de abril del 1948. En cambio, en Ibagué, una ciudad pequeña y cercana a la capital, no aconteció más que unos vidrios rotos en la jefatura de la policía o conocida como Metropolitana de Ibagué. Sin embargo, para esa noche fueron capturados 6 estudiantes de la Universidad del Tolima, los cuales fueron puestos en libertad al otro día.
Un cielo rubio con matices azules asomaba en el atardecer del 10 de septiembre, un grupo de amigos y yo, nos disponíamos a llegar a la UT, que era el punto de encuentro para la movilización en contra del abuso policial y sobre todo, por lo que había pasado en Bogotá. Como en los viejos tiempos antes de la pandemia, nos bajamos del bus, caminamos como siempre por esos agrietados andenes, llegamos a la universidad y oh sorpresa, un portón rojo como el color institucional de la universidad, unas cabinas modernas y luminarias alumbraban con glamour la nueva adquisición del alma mater. Con un poco de nostalgia y entre risas y anécdotas esperábamos que empezara la manifestación.
Entre saludos de amigos y conocidos se fueron aglomerando más y más personas. También nos llamaba la atención todos los negocios cercanos y que muy probablemente se quebraron durante el aislamiento obligatorio que vivió el país, ya que su público eran los estudiantes universitarios que transitaban este sector. Pasados 5 minutos de iniciar la marcha, el recorrido toma la vía que conduce al estadio Manuel Murillo Toro, casa del Deportes Tolima y club de mis amores. No pasaron más de 60 segundos cuando se escucharon las primeras piedras caer al CAI del estadio, vidrios rotos sonaban y varios manifestantes les decían a los uniformados “asesinos”. Al mismo tiempo de la lluvia de piedras, como si se tratara de un acto de magia, salió todo un escuadrón del ESMAD a dispersar la manifestación.
Mientras corría con mi grupo de amigos, se me venía a la mente cuando incendiaron el mismo CAI en el marco del Paro Agrario del 2013. ¿Repetíamos la misma historia de violencia o mera coincidencia? Luego de recorrer unas cuantas calles del sector salimos a un emblemático bar cercano a la universidad. Los jueves y viernes, Social Club era el espacio ideal para conversar, tomar, reír y ver futbol entre amigos. Esta vez era jueves, estaba cerrado como los miles de locales que aún no reactivan sus servicios y están a la deriva sin ningún alivio económico.
A mitad de la calle empezamos a escuchar sirenas, aturdidoras y motos de la policía. Nos sentamos en un andén a la espera de que pasaran, sin embargo, fue un grave error. En ese momento más de diez motorizados se bajan y nos requisan. No encuentran nada, solo papeles, un saco y otras pertenencias personales. Al momento de retirarnos llega un policía y recrimina a uno de mis amigos diciéndole “ese es, llévenselo”, sin justa causa.
Mientras todo pasaba en una fracción de segundos, nos identificamos como prensa del portal La Otra Verdad, ninguno de los policías accedió a nuestra aclaración. La respuesta que recibí fue un golpe en la espalda, seguido a eso, uno de los uniformados me agarra del pecho y con sevicia me da bastantes puños en mis pulmones. En sus rostros podía ver una rabia descontrolada que estaba siendo canalizada en mi pecho, mi espalda y mi cabeza. Al no dejarme subir e insistir que era miembro de la prensa, me empiezan a pegar en la cabeza con la macana. Quizás no sentí los golpes de la ira que me invadía y la adrenalina del momento.
Del mismo modo fueron agredidos mis dos amigos, Kevin Charry Y Luis Rengifo. Aunque la peor parte la llevo Kevin, su cabeza la utilizaron como si fuese una papaya, cuando se dio cuenta, la sangre lloraba lo que las lágrimas no hicieron.
Al interior del camión sentía una profunda tristeza sobre mi profesión y sobre todo de como una institución que es financiada por los colombianos, nos violara todos los derechos posibles, siendo ellos los que dicen velar por los derechos de la comunidad.
Uno de los policías nos reiteraba no mirarlos a la cara, ni mucho menor sacar el celular y grabar el abuso policial en el que estábamos más de 15 jóvenes en ese camión. “Guerrilleros hijueputas, ahora si no son tan machitos” nos decía uno de ellos, y a su vez le pegaba con la macana a un joven que había sido encontrado cerca a la UT. “quien me grabe le rompo la cabeza, malparidos” nos repetía una y otra vez ese “servidor” público. En mi cabeza solo pasaba los tristes testimonios de cientos de jóvenes que han sido asesinados en dudosas circunstancias dentro de cuarteles policiales o en protestas. También retumbaba el nombre de Dylan Cruz y Nicolas Neira, asesinados por agentes del ESMAD en manifestaciones del 2019 y 2005 respectivamente. Sin embargo, esos pensamientos se veían cortados ante la golpiza brutal que recibía el joven que estaba a mi lado. Yo lo miraba y sin poder decir nada, lo decía todo, sus ojos aguados, sangre en sus brazos y cabeza me gritaban pidiendo auxilio. Ante la impotencia que tuve, solo podía mirarlo y desde mi más sincero aprecio por la vida, le confortaba el alma astralmente.
Mis amigos y colegas me miraban desconcertados de lo que pasaba, un silencio me invadía tanto a mí como a ellos, pero era siempre interrumpido por ese uniformado que parecía haber salido de un barco lleno de piratas. Sin poderles decir nada, sabía que íbamos a estar bien, que aunque los golpes que recibimos nos dolieran, era más grande nuestra inocencia de saber que nunca hicimos nada que atentara contra ellos, las instituciones y demás personas.
En el recorrido a la Metropolitana, me preguntaba si efectivamente en la policía hay manzanas podridas, o si más bien son políticas de esa institución. Dios y Patria, leía en el escudo de los uniformados, ¿de qué Dios harán referencia, a un Dios salvador, dador de vida o un Dios vengativo, golpeador y lleno de odio? Patria, ¿patria de asesinar a civiles y violar todos los derechos humanos, o patria de sentir que un uniforme les da el derecho de pisotear la vida de sus hermanos colombianos? En todo caso, mi cerebro estaba a punto de estallar por las ruidosas sirenas de las motocicletas.
Fuimos bajados en la METIB, nos requisaron de nuevo, nos quitaron los cordones de los zapatos y nos direccionaron a un cubículo improvisado con vallas de la policía. Mi sorpresa fue grande al ver que había más compañeros estudiantes en el lugar. Así mismo sentí alivio de no estar solo y de saber que estábamos injustamente en ese lugar.
En un momento de resignación me acosté en el frío piso del lugar, el cinturón de Orión eran las únicas estrellas visibles de esa noche, de resto una cuantas nubes completaban el paisaje. Esta vez no quería reflexionar, pero si escuchaba atentamente las historias de las demás personas. Una pareja que estaba comprando arepas fue aprehendida y montados a un camión, quizás el mismo, pero en otro momento. A un chico le robaron el celular por grabar el procedimiento ilegal que estaban realizándole. A otro más, lo acusaban de terrorista por tener un saco negro en su tula. Una enfermera fue retenida por el ESMAD en inmediaciones al estadio, según ella además fue acosada sexualmente por estos ‘hombres de la patria’ y conducida a la permanente sin justificación alguna.
Precisamente fue ella la que socorrió a mi amigo Kevin, su cabeza reventaba parecía una fuente de sangre. Al momento de empezar a viralizar los videos de cómo estaba mi amigo y colega, la policía lo traslado de inmediato a la clínica Tolima, sin embargo, una abogada que estaba pendiente de lo que sucedía acompañó a la patrulla y vio como lo dejaban tirado en la puerta del hospital, ni siquiera fueron capaces de llevarlo dentro y hacerlo revisar. En ese instante la abogada intercedió y no dejó que lo dejaran a la deriva, por lo que fue devuelto al grupo y atendido por personal de la policía después de tres horas de lo sucedido.
Entre tecnicismos y charlas motivacionales de parte de funcionarios de la Personería y Defensoría del pueblo, nos dieron las doce. El reloj marcaba el inicio de un nuevo día. Miré a un auxiliar de policía y le pregunté por qué ser policía. -Por la seguridad económica que me da, comenta el auxiliar -¿Cuánto gana? -500mil me dijo el auxiliar que tenía el tapabocas de adorno colgando en su oreja derecha. A lo que le hice más preguntas se retiró y le dijo a uno de sus compañeros, “no hable con esa gente”.
A unas cuantas personas les empezaron hacer los famosos comparendos, sin prueba alguna, pero lo tenían que hacer por protocolo y por dejarnos salir de una vez. En mi caso y el de mis colegas fuimos afortunados, bueno, después de tantas violaciones de derechos esa noche, era lo más positivo, nos llamaron y nos hicieron firmar un acta de salida.
Recogí mis cordones y salí en silencio mientras varios de mis colegas, amigos y familiares me esperaban con una felicidad que me transmitió tranquilidad, después de pensar que pasaría la noche lejos del seno de mi madre. Me abrazaron y no importó esta vez la pandemia, esta vez importaba que estuviéramos bien y que no estuviéramos muertos en dudosas circunstancias como las 13 personas en Bogotá.
La pandemia sigue, el coronavirus no se irá durante mucho tiempo y de igual sentido, no se irá el descontento de la ciudadanía ante un Gobierno que calla ante los homicidios cometidos por quienes dicen cuidarnos. El caso de Javier Ordoñez fue el punto de giro que iniciaron las revueltas que no se veían desde hace varios meses y años, si se compara con el paro de 1977, según algunos el más grande y violento de la historia. La pandemia apagó las marchas, pero no las ideas.
No entendía la frase de Gabriel García Márquez al decir que el periodismo es el oficio más lindo del mundo. Cuando salí de ese oscuro lugar, supe que Gabo tenía razón, a veces caemos y caemos feo, como un ciclista bajando a toda velocidad, pero el saber levantarnos y hacer escuchar las injusticias que se presentan en nuestro país, es un logro que nadie nos puede arrebatar, ni si quiera la propia muerte.