Aunque la marcha buscaba pedir por la paz y la salud del senador Miguel Uribe Turbay, en varios puntos del país se tornó en una plataforma cargada de insultos y trasfondos políticos, según denuncias de los organizadores.
La “Marcha del Silencio” fue convocada con un propósito claro: pedir por la paz de Colombia y la pronta recuperación del senador Miguel Uribe Turbay, hospitalizado tras un atentado el 7 de junio en Bogotá . Sin embargo, en algunos lugares del país se percibió un ambiente muy distinto, marcado por la intolerancia y el oportunismo político.
En Ibagué, donde se replicó dicho evento, varios participantes fueron vistos portando pancartas y emitiendo consignas abiertas contra al Gobierno del presidente Gustavo Petro. Esa deriva política fue interpretada por muchos como un desvío del objetivo principal de la marcha. Sectores de la izquierda incluso advirtieron que la movilización se convirtió en una excusa para cargar ideológicamente el evento .
Los convocantes habían llamado a una protesta en silencio, caracterizada por su sobriedad y su enfoque en la no violencia. La movilizació en Ibagué se llevó a cabo con tonos pacíficos y vestimenta blanca, en línea con la mayoría de las concentraciones nacionales. Pero otros manifestantes rompieron el protocolo, entonando cánticos que denunciaban al Gobierno y exigían una ruptura anticipada de peticiones políticas.
En redes sociales proliferaron videos que captaron a algunos marchantes gritando consignas y mostrando pancartas con mensajes anti-Petro. Estas acciones provocaron molestia entre los organizadores, que pidieron enfocarse en la petición por la salud de Uribe Turbay, quien, según el último reporte médico, presentó una leve mejoría después de ser operado de una hemorragia cerebral.
No es la primera vez que una marcha bajo la etiqueta “silenciosa” se politiza. Expertos en movimientos sociales señalan que en el pasado se han presentado tensiones similares, cuando sectores opositores buscan aprovechar la movilización para visibilizar sus agendas partidistas. La Marcha del Silencio se convirtió en una disputa simbólica sobre quién controla el mensaje, apuntan analistas .
Por su parte, figuras como el expresidente Álvaro Uribe participaron en la marcha y fueron aplaudidos. La presencia de líderes políticos conservadores avivó la percepción de que el evento fue cooptado por campañas electorales del 2026. Su intervención reforzó la acusación de que detrás de la convocatoria había intereses ajenos a la protesta original.
A nivel institucional, el presidente Gustavo Petro fustigó esta politización y llamó a mantener la integridad de la marcha. En su cuenta en X, insistió en que la movilización debía centrarse en el rechazo a la violencia y no en la confrontación política . La controversia también alcanzó a periodistas y ciudadanos que denunciaron falta de garantías para cubrir la protesta, evidenciando una polarización creciente.
La Marcha del Silencio pasó así de petición coral de paz a un escenario de tensión política. La versión de Bucaramanga deja un precedente: cuando la protesta social se mezcla con estrategias partidistas, pierde su fuerza moral y se presta a interpretaciones interesadas. El reto, ahora, será rescatar su propósito original y recuperar su legitimidad en el debate público.