A solo una semana de su inauguración, el monumento ubicado en la Unidad Deportiva de la calle 42 en Ibagué fue intervenido con mensajes de denuncia social. La polémica gira en torno a si se trata de un acto vandálico o una expresión legítima de protesta.
El pasado primero de mayo, en el marco de la conmemoración del Día del Trabajo y de los cuatro años del asesinato del joven Santiago Murillo durante las protestas de 2021, manifestantes en Ibagué intervinieron el nuevo monumento ‘El águila que alza vuelo’ con grafitis y mensajes de denuncia social. Esta estructura, ubicada en la Unidad Deportiva de la calle 42, había sido inaugurada el 25 de abril como parte del proceso de recuperación de espacios deportivos liderado por la alcaldesa Johana Aranda.
El monumento apareció cubierto de frases como “Santiago no murió, a él lo mataron”, “Contra el machismo”, “Estado indolente”, y “Aranda y Hurtado ratas y ladrones”. Estos mensajes, escritos con aerosol sobre la base de la escultura, no solo critican a la administración local, sino que también evocan el dolor no resuelto que dejó el estallido social en la ciudad, en especial la muerte del joven Santiago Murillo, quien presuntamente fue asesinado por el mayor Molano de la Policía.
Aunque desde la Alcaldía no se ha emitido un pronunciamiento oficial sobre la intervención, las imágenes se viralizaron rápidamente en redes sociales, dividiendo opiniones. Mientras algunos ciudadanos calificaron los hechos como vandalismo que atenta contra el patrimonio público, otros defendieron la acción como una manifestación legítima de protesta frente a una justicia ausente y a una administración que, según ellos, ha dado la espalda al clamor social.
El caso de Santiago Murillo, asesinado en plena vía pública mientras transitaba hacia su casa, sigue sin una resolución judicial clara. El mayor Jorge Mario Molano Bedoya, presunto responsable, fue dejado en libertad por vencimiento de términos, lo que ha generado descontento en amplios sectores de la sociedad civil, especialmente entre jóvenes activistas y organizaciones defensoras de derechos humanos que exigen justicia.
Los grafitis también incluyeron menciones a las ‘Águilas Negras’, grupo que ha sido vinculado con amenazas contra líderes sociales en Colombia. Estas referencias refuerzan la idea de que el acto va más allá del daño físico al monumento, y se inscribe en una narrativa de resistencia y memoria colectiva, donde el espacio público se convierte en lienzo para expresar el dolor, la frustración y las demandas históricas de la ciudadanía.
El monumento del águila había sido presentado por la Alcaldía como un símbolo del renacer del deporte en Ibagué, luego de años de abandono y obras inconclusas. Sin embargo, la rápida intervención con grafitis demuestra que para una parte de la población, la infraestructura no es suficiente si no hay una transformación real en la atención a las víctimas, la garantía de derechos y la rendición de cuentas por parte del Estado.
El hecho también reaviva un debate recurrente en Colombia sobre los límites de la protesta social: ¿cuándo se cruza la línea entre la expresión legítima y el daño al patrimonio? Para algunos sectores conservadores, actos como estos deslegitiman las causas sociales; para otros, representan una forma radical de exigir justicia en contextos donde las vías institucionales han fallado sistemáticamente.
A pesar de las críticas, voces desde colectivos juveniles han defendido la acción, asegurando que lo verdaderamente ofensivo no es el grafiti en una escultura, sino el silencio institucional frente al asesinato de jóvenes como Santiago. Además, han señalado que el monumento nunca les representó, pues fue inaugurado sin un proceso participativo que incluyera a las comunidades víctimas de la violencia estatal.
Mientras tanto, la ciudadanía se encuentra dividida. Algunos exigen sanciones a los responsables por el deterioro del monumento; otros piden que se escuche el mensaje detrás de la pintura. Lo cierto es que este hecho ha puesto nuevamente sobre la mesa la necesidad de reconciliar la memoria colectiva con las decisiones públicas, y de construir espacios donde el arte y la protesta no se enfrenten, sino se encuentren.
El caso deja entrever un trasfondo más complejo: no se trata solo de una escultura pintada, sino de una herida abierta que aún sangra en la historia reciente de Ibagué. Frente a la falta de justicia, los muros y monumentos seguirán hablando por quienes han sido silenciados.
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