Por Efraín Gutiérrez Zambrano Correo: efraguza@gmail.com
La frase “vive sin afanes que el vulgo tiene razón cuando afirma en uno de sus adagios que del afán no queda otra cosa que el cansancio”nos invita a una profunda reflexión sobre la naturaleza humana y nuestra constante búsqueda de cumplir con expectativas que, a menudo, nos llevan a un desgaste innecesario y hasta finales trágicos.
En un mundo donde la prisa parece ser la norma, detenernos a contemplar esta máxima puede ofrecernos valiosas lecciones sobre el equilibrio y la paz interior. Históricamente, hay ejemplos que ilustran la futilidad del afán y su impacto en la vida de las personas. Uno de ellos es la figura de Vincent van Gogh, el célebre pintor postimpresionista. Van Gogh dedicó su vida entera a la pintura y persiguió incansablemente su ideal artístico, pero esta búsqueda lo condujo a un sufrimiento emocional profundo.
Aunque su legado perdura y sus obras son apreciadas en todo el mundo, su afán por alcanzar metas inalcanzables y su lucha constante con la percepción de su talento le llevaron a una vida llena de tormentos y aislamiento. Jamás pudo saborear los frutos de lo que sembró. La historia de Van Gogh nos recuerda que el afán desmedido no sólo puede resultar en el agotamiento físico, sino también en un deterioro emocional que anula la alegría de la creación y la conexión con los demás.
Otro ejemplo se encuentra en la vida de Mahatma Gandhi. Si bien Gandhi es conocido por su afán por la justicia y la independencia de India, su enfoque estaba impregnado de una serenidad que contrasta con la agitación que suele acompañar la lucha por los derechos. Gandhi promovía la idea de la no violencia y la resistencia pacífica, conceptos que requieren un profundo control interno y paciencia. Su vida fue una manifestación de la frase aludida, pues él entendió que el verdadero cambio no se logra a través del afán, sino mediante la determinación serena y la introspección. Su capacidad para actuar sin prisa, mientras mantenía un compromiso firme con sus principios, ilustra que el afán puede ser sustituido por la perseverancia reflexiva, una forma más efectiva de avanzar hacia objetivos significativos. Ambos casos resaltan la importancia de encontrar un equilibrio en nuestras vidas. La cultura contemporánea a menudo glorifica el afán y el estrés como sinónimos de éxito. Sin embargo, la historia nos enseña que este enfoque puede ser engañoso.
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La búsqueda constante por “más” – ya sean logros laborales, reconocimiento social o posesiones materiales – a menudo conduce a un ciclo incesante de fatiga y desilusión. Pareciera que la sociedad olvidó el valor de la contemplación y la satisfacción que viene al dedicar tiempo a lo que realmente importa: la familia, la pareja, la creatividad y el bienestar personal.
La frase que nos ocupa nos anima a reevaluar nuestras prioridades. Deberíamos considerar cuánto afán es realmente necesario y cuánto proviene de las presiones externas. Al igual que Van Gogh y Gandhi, cada uno de nosotros tiene el poder de decidir cómo queremos vivir nuestras vidas. Elegir un camino de tranquilidad y reflexión en lugar de uno de prisa y agitación puede permitirnos disfrutar más plenamente de nuestras experiencias. Así, al recordar que del afán sólo queda el cansancio, podemos optar por un viaje que, aunque quizás menos acelerado, esté colmado de significado y autenticidad. Es un recordatorio de que vivir plenamente no se trata de hacer más, sino de conectarnos con lo que realmente somos y deseamos.