A una gran encrucijada, disyuntiva, dilema o ‘carrefour’, como quieran llamarlo, estamos llegando los colombianos a 13 días de elegir al nuevo presidente de Colombia, dado los dos candidatos en disputa: Rodolfo Hernández y Gustavo Petro.
Esto porque pareciera que debemos elegir entre el menos peor y el que más decorosa podría hacer la tarea de dirigir la Nación. ¿Por qué? Porque ya es un hecho público que a los dos candidatos les queda grande portar el chaleco y pregonar el discurso de lucha contra la corrupción y los corruptos. Precisamente lo que más se exige y asquea hoy en Colombia.
A ambos los han arropado de frente y de forma descarada o soterradamente y en las sombras las maquinarias, grupos politiqueros, políticos de oficio y los lugartenientes que perdieron el pasado 29 de mayo. Están llegando a raudales a una y otra campaña como cuando un río se sale de cauce hacia las dos orillas.
Donde Petro, además de los “benedetti, roy, piedad” y personajes de la rancia y tradicional politiquería como diría su contrincante Hernández, han llegado hasta clanes políticos de la Costa Atlántica, de la Guajira y Córdoba como los Santa Lopéz Sierra -los del hombre Malboro-, lo mismo que el Clan Calle y los de Zulema Jattín, según investigaciones periodísticas públicas y no desmentidas hasta hoy. O sea que hablar de cambio, cambio y lucha contra la corrupción ahí no es.
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Por el lado de Hernández, la cosa no es nada distinta y menos ahora que se hicieron públicas las pruebas que lo tendrían como uno de los imputados en el sonado caso Vitalogic de Bucaramanga, un contrato para transformar basuras en energía en el que se denuncia que posiblemente habrían dado u ofrecido coimas a través de su hijo.
Antes que los fanáticos de Petro y Hernández salgan ciegamente a atacarme como enjambre de avispones, digamos que lo cierto es que el anhelado cambio pareciera estar diluyéndose hacia el mismo marasmo de las cosas en la política colombiana. Los mismos con las mismas, para hacer lo mismo de siempre, es decir, más de fachada y de forma que de fondo.
Hay que reconocer que en lo que sí representan un cambio de alguna forma los dos candidatos es en no ser de los mismos apellidos que han gobernado siempre; pero lo repito, esos mismos que ahora parecen estar tomando un segundo aire reencauchándose con uno y otro candidato. Por eso, no creo que este sea el momento para falsas ilusiones y exageradas expectativas, porque ni Petro ni Hernández con esas compañías van a salvar a Colombia. Mesura, por favor.
Concentrémonos en el verdadero cambio en los dos, que podría estar en los estilos de mandar y las formas de ejercer el poder, porque en las propuestas generales y los problemas a atacar desde la Presidencia se parecen, incluso el propio Petro ya lo reconoció públicamente al decir que se están acercando las de uno con las de otro. Y Hernández, halagando la función cumplida por Petro como congresista en pro de la democracia.
Por lo cual es menester prestar atención a lo que sí pareciera lucir distinto: las maneras, que llaman las señoras. Analizar los modos y procederes de cada cual, para decidir por quien.
Bueno, el voto en blanco aunque podría ser una salida a este empinado camino de escogencia, pareciera un esfuerzo inútil porque hasta ahora marca menos en el porcentaje de intención de voto, incluso superado por los indecisos y no hay ambiente ni figuras importantes que lo impulsen; además, de ganar ese voto, tendríamos que alistarnos para nuevas elecciones (esto es especulativo, no tiene efectos jurídicos) y tal vez el tiempo no alcance de aquí al 7 de agosto y sería terrible tener un día más a Duque en la Casa de Nariño o de presidente (e) a quién sabe qué político que resulte elegido en la Presidencia del Senado, el 20 de julio próximo. Mejor malos conocidos que bueno por conocer.
En fin, como dirían los abuelos tocará echarse la bendición, cerrar los ojos, respirar profundo, consultar tres segundos la conciencia y rayarle la cara en el tarjetón a quien se considere menos peor. Vaya decisión difícil esa de ir como en un laberinto para encontrar la salida a ese voto-finish que se avecina.