Por Efraín Gutiérrez Zambrano
Correo: efraguza@gmail.com
Comienza el año lectivo y al regresar los profesores a las actividades de corregir trabajos de los alumnos se hallan frente al fenómeno de la rapidez de sus estudiantes y la lógica aparente de su pensamiento. Para tener un ejemplo palpable del problema hice la tarea con la ayuda de la IA.
Escribí en el generador de escritura una línea y pedí que lo hiciera a manera de reflexión. Estas son las palabras que solicité leyera e hiciera un escrito que no sobrepasara las 300: “Algunos creen ser mejores y bondadosos porque se compadecen del dolor de los personajes que ven en las películas, pero… “ De inmediato en la pantalla del computador pude leer: “Título: La Compasión en la Pantalla y su Reflejo en la Vida Algunos creen ser mejores y bondadosos porque se compadecen del dolor de los personajes que ven en las películas, pero ¿realmente esta empatía se traduce en acciones en el mundo real? En la oscuridad del cine, donde las historias cobran vida y los conflictos emocionales nos atrapan, es fácil sentirse conmovido y hasta transformado.
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Nos identificamos con el sufrimiento de un héroe, lloramos por la pérdida de un ser querido en la pantalla y nos llenamos de un impulso altruista que parece surgir de lo más profundo de nuestro ser. Sin embargo, al salir de la sala, esa chispa de compasión muchas veces se apaga rápidamente. Es sencillo conmoverse por una historia ficticia, pero ¿cuántas veces extendemos esa misma sensibilidad hacia aquellos que realmente sufren a nuestro alrededor? El dolor de un personaje de ficción es palpable y visualmente impactante, mientras que las luchas diarias de nuestros prójimos pueden pasar desapercibidas en nuestra rutina cotidiana.
La verdadera bondad no reside únicamente en sentir tristeza por las desgracias ajenas, sino en actuar para mitigar el sufrimiento. Con frecuencia, nuestras reacciones son superficiales, limitadas a una mera respuesta emocional. Es esencial cultivar una empatía activa; poner en práctica lo que sentimos hacia los personajes a través de actos concretos que beneficien a nuestra comunidad. Por tanto, la próxima vez que nos sintamos conmovidos por la tragedia en una película, recordemos que la verdadera medida de nuestra bondad se encuentra en cómo respondemos a las tragedias del mundo real.
La compasión debe ir más allá de la pantalla, transformándose en un compromiso tangible con la humanidad. Solo así podremos considerarnos verdaderamente bondadosos y contribuir a un cambio significativo en la “sociedad”. Cuando terminé de leer el texto anterior sentí una tristeza profunda. Dediqué a la educación más de medio siglo y en lugar de ver progresos en el aprendizaje observo un retroceso enorme. Ya no se enseña a pensar sino a engañar al profesor.
Digo esto porque no es fácil para el docente distinguir entre el lenguaje de los algoritmos y el humano. Los errores al escribir se minimizan y al no cometer equivocaciones el estudiante se hace merecedor de las mejoras notas y hasta se gana la admiración de su tutor. Pero ese engaño en lugar de llenar de orgullo al alumno debiera producirle vergüenza, y lo peor es que a este facilismo se agrega el cinismo. No faltan los padres que respaldan tales conductas y afirman que el estudiante cumplió con la tarea y ese cumplo y miento obliga al profesor a consignar una nota de aprobado. ¿Pero qué aprendizaje significativo le puede quedar al estudiante al manipular los aparatos tecnológicos que piensan por él? En la vida profesional, como adulto, ¿podrá alcanzar la excelencia? Se le entregará el cartón que lo titula, pero no acredita que haya aprendido. Además, la inteligencia no se puede certificar mediante un papel.
Las acciones y opciones frente a los problemas de la vida cotidiana son el verdadero test para evaluar el desempeño de un ciudadano ilustrado. La paideia griega tuvo como fundamento que sin educación no hay cultura y sin cultura no se puede alcanzar el ejercicio pleno de la ciudadanía que sostiene la democracia. Así las cosas, la escuela del presente y del futuro no podrá garantizar la integridad del estudiante, es decir, el desarrollo del triangulo conformado por el ser, el saber y el hacer. Valores, principios e ideales son la meta trascendente; el conocimiento, la herramienta para avanzar en el camino de la vida y el hacer, la repetición de la acción para forjar los hábitos que permitan el mayor nivel de competencia.
Ese triángulo es la base sobre la cual se levanta la areté o excelencia ciudadana. Pero ante el panorama que observo desde mi ventana sólo atino a decir: “En estos tiempos de aparatos tecnológicos y mucha inteligencia artificial, aprender a pensar como humano resulta fundamental para sobrevivir como especie”.