En primer lugar, aquel que básicamente atribuye toda la responsabilidad del hecho al sufragante e interpreta el ejercicio de no votar como un suceso estrictamente negativo, aquel que caracteriza al joven como un sujeto sin madurez política, apático por desapego a lo público, desconectado de la democracia institucional y con serio desconocimiento de sus deberes y derechos políticos. En últimas, un sujeto que no ejerce, desde los mecanismos institucionales, su ciudadanía.
La participación en sí, vale la pena aclarar, no es necesariamente sinónimo de conocimiento e interés, por ejemplo, en el caso de Ibagué, se registraron 5.488 votos nulos (45,6%) de ese 8,33% de jóvenes que participaron, un dato que nubla mucho más el panorama.
En últimas, mientras se registra un elevado nivel de abstencionismo y un importante número de votos anulados, las minorías que sí participan se quedan con todo. Fuerzas políticas que representan intereses de grupos minúsculos consiguen controlar el organismo.
En segundo lugar, aunque existen muchos ciudadanos entre los 14 y los 28 años que responden a esta primera interpretación del abstencionismo, la masiva participación de los jóvenes en las protestas del 2021 y la incidencia real que los Consejos Municipales de Juventud ofrecen desde su reglamentación, dan lugar a una interpretación diferente, una que traduce la decisión de no votar en desaprobación y deslegitimidad hacia las instituciones.
El abstencionismo se convierte en algo muy diciente, en síntesis, en una forma contundente de decir: “no creo en su institución, ni en su proceso, por eso decido no participar” tal y como ocurre en las elecciones “normales”. ¡Razones tendrían!
Seamos sinceros, aunque los CMJ son organismos diseñados para hacer veeduría, control y seguimiento a las administraciones locales en temas de juventud; el margen de maniobra ofrecido por la ley 1622 de 2013 y la ley 1885 de 2018, hace que esta figura quede supeditada a la voluntad del mandatario local. En últimas, los CMJ no son ordenadores del gasto, no hacen proyectos de Acuerdos, ni Ordenanzas, ni legislan, ni administran justicia. Pueden decir, reclamar y proponer, pero en esencia, no toman decisiones.
¿Vieron a los ejércitos de “activistas” con camisetas entregando publicidad, dinero y almuerzos?, ¿vieron flotas enteras de vehículos transportando ciudadanos para arriba y para abajo? Las fuerzas políticas tradicionales participaron en este ejercicio, pero no le metieron la misma ficha de siempre, ¿por qué? Quizá no encuentran tan rentables, incidentes o importantes a los CMJ.
Parece que la juventud piensa lo mismo. No obstante, aún así se eligieron a más de 10.800 consejeros municipales en todo el país. Consejeros que, aunque no toman decisiones, tienen un lugar legal y legítimo para expresar con eco todo lo que se piensa sobre la juventud o el sector de la juventud que representan.
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Quizá nada que venga de este gobierno guste, la desaprobación del ejecutivo nacional es del 76% y la del mandatario local es del 63%; quizá se interprete al CMJ como el contentillo que ofrece un Congreso y un presidente para que los “niños” se queden quietos; quizá se interprete que las veedurías ya ofrecen lo mismo que ofrece un CMJ, quizá el problema no sean las instituciones sino quienes las ocupan, y de ahí la desconfianza.
Interpretar el acontecimiento con aire paternalista, reclamando al joven por no participar de la democracia, enrostrando una contradicción quizá inexistente, en donde los jóvenes “reclaman espacios, pero no participan”, es en efecto apresurado. Quizá consideran que la necesidad de democracia no debe terminar en “gatopardismo” (cambiar algo para que nada cambie). Creo que, pese a que muchos participaron en aras de no desaprovechar la actividad y entendiendo que la democracia ni se acaba en las instituciones, ni termina en las calles, aun se respira recelo, sospecha, desconfianza y poca credibilidad frente a lo que haga el Estado Colombiano, especialmente este gobierno.
Tendríamos que revisar todos estos escenarios antes analizar lo ocurrido. ¿Usted qué piensa? Independientemente de ello, creo que aún es temprano para desistir de una amplia apertura democrática y dejar de creer en la juventud.