No quiero sonar frío ni insensible, pero ya estamos muy cerca al medio siglo de haber ocurrido la tragedia y aún seguimos en reminiscencias, odas e historias melancólicas con respecto a Armero y su destrucción hace 36 años. Que duele, por su puesto; que cambió radicalmente la vida de muchos, claro que sí; que urge la verdad histórica y debe seguirse investigando porque hacen falta pedazos sobre lo ocurrido con personas, tierras, dineros y aportes antes, durante y después de ese fatídico 13 de noviembre de 1985, también.
Pero lo que no podemos es permitir que lágrimas y melancolía nos nublen la razón, la lógica y la acción, ante hechos actuales que merecen la atención necesaria, urgente e importante de las autoridades y todos nosotros. Ante nuestros ojos está evidente una tragedia anunciada de dimensiones mayores, un nuevo Armero anunciado: el Cañón del Combeima y sus afectaciones sobre Ibagué.
Ya casi todo se ha contado a través de informes, investigaciones, estudios, notas especiales de medios de comunicación como El Nuevo Día y el Ecos del Combeima, por ejemplo, donde permanentemente se advierte el delicado tema. Ya se sabe que hay una amenaza real, que es una zona de alto riesgo e impacto, donde deforestación y cultivos arrecian; que son pan de cada día la construcción de asentamientos, conjuntos, casas de recreo y la venta de lotes para construcción de casas de campo. Que por ser una zona de condiciones tan deleznables, merece tratamiento diferenciado y medidas especiales que mitigue el riesgo.
Sabido públicamente es lo necesario de contar o actualizar estudios de carga para no permitir más expansión de la oferta turística, gastronómica ni recreacional que se da desordenadamente y sin control ni Ley; adicionando, por demás, mayor peligro sobre lo que allí la naturaleza sigue advirtiendo que va a suceder. Y no se trata solamente de lo que hemos vivido en los últimos tres meses, deslaves, deslizamientos, represamientos, desbordamiento del río Combeima y las quebradas que lo surten, si no de esos mismos fenómenos en su histórico.
Como si fuera poco, no hay una vía alterna habilitada para acceder el Cañón sino la del Libertador que genera ese efecto embudo con pequeñas ramificaciones viales que se colapsan -como se ha vivido- debido a una creciente, una misa campal o un evento, dejando embotellados vehículos, motos, ciclas, caballistas y hasta senderistas.
Todo lo anterior hace preguntarse sinceramente por qué, en razón de qué y debido a qué, ese silencio frente a que posiblemente siga engavetada por quinto año consecutivo en el Tribunal Administrativo del Tolima, la demanda de Cortolima sobre artículos del POT ibaguereño buscando la nulidad de los mismos, cuando el POT en algo contribuiría a dar los primeros pasos de planeación y parar ese frenesí de uso desordenado y peligroso del suelo.
A propósito, Una reflexión para la posteridad: Ese o esos magistrados, los concejales, el Alcalde, los secretarios de planeación, los curadores urbanos, los constructores, quienes venden lotes, los que montan negocios y chuzos en cuanto espacio encuentran en el Cañón van a dar la cara y asumir su responsabilidad cuando llegue la tragedia anunciada, que no es la de los pequeños coletazos en los barrios subnormales del sur de Ibagué en la ribera del Combeima, si no la que sigue creciendo a propósito del cambio climático innegable, el aumento permanente de las precipitaciones, la sobrecarga de todo tipo sobre la zona del Cañón, la expansión de la frontera agrícola desordenada y la paquidermia oficial de declarar zonas de protección y reserva que abarquen más hectáreas; y no solo para asegurar el afluente el cual depende nuestro acueducto si no la vida misma de miles de personas que viven y visitan esa zona. ¿será que a nombre propio van a dar la cara por los muertos y la destrucción?
En fin, parte de la solución está en pequeñas decisiones traducidas en acciones necesarias; sí, seguramente impopulares y que molestarán a uno que otro con intereses particulares en el Cañón; la primera, el necesario y completo estudio de carga, para cerrar el desorden actual; dos, revivir el famoso parque lineal, que hace unos 15 años se pensó debería existir sobre la zona de influencia por la que atraviesa el río Combeima a los barrios del sur de Ibagué; y tres, el POT en plena ejecución, con las claridades sobre zonas de expansión, mitigación, reservas, usos del suelo y demás en el Cañón. El resto es seguir como hasta ahora, esperando que llegue la tragedia y mientras lagrimear y suspirar por todo lo perdido en Armero. Como dijo Andrés Oppenheimeren en su libro ¡Basta de Historias!, queda claro que en América Latina no avanzamos es porque tenemos una enfermiza obsesión por el pasado y no por el futuro. En Ibagué estamos dando muestras de ello.
Una reflexión final sobre un hecho que es de Perogrullo ¿Cuántas tormentas eléctricas se han prestado en Ibagué en el último mes? solo para tomar un referente. ¿Cuál es su aumento en comparación al histórico? ¿el nivel de precipitaciones de hoy y el promedio qué muestran? ¿los ductos, conductos y redes de aguas lluvias de la ciudad cuánto tiempo más resisten ese volumen de presión pluvial?