En la cima de la montaña, en la vereda El Gallo, sector del Cañón del Combeima, se encuentra la única biblioteca campesina del Tolima. Aproximadamente a dos horas y media de camino si uno decide subir por la trocha, por la cual va a encontrarse campesinos que bajan casi corriendo, a veces con un bastón improvisado que se han encontrado en el camino. Además, es un banquete de delicias a los sentidos; la vista se deleita con tan espléndidos paisajes; lo verde se hace tan común y aparecen los granos de café adornando como bolas en el árbol de navidad.
Las guamas que han caído de los árboles decoran la tierra; los árboles de mandarinas y naranjas también se dejan ver. Y qué decir del olfato, se respira aire puro renovando los pulmones; como si uno se hiciera una limpieza profunda del alma. La paz que se vive no tiene precio. La Ibagué urbana empieza a desaparecer para darle paso a la natural, la que era antes y no deja de ser. Y el oído también se regocija; no hay bulla, solo el canto de los pájaros y uno que otro perro ladrando por ver a esos extraños citadinos visitar su territorio. Unas contadas casas a lo largo del camino; no hay vecinos, o bueno sí hay a muchísima distancia.
Llegamos. Primero se encuentra la escuela. Está la cancha, seguida de un aula, donde actualmente estudian 14 niños. Unos metros más arriba, un letrero no convencional, con mensajes de paz y defensa y cuidado del medio ambiente anuncia la llegada a la biblioteca. Diagonal, a un par de metros, hay unas plantas en bolsas negras, en realidad son árboles para sembrar. Un portón pequeño, de hierro oxidado y dos palos a los lados, las acompaña y se abre para encontrar el mágico lugar donde la paz, la naturaleza y la lectura se vuelven uno solo.
Allí está Consuelo, la anfitriona, una mujer orgullosamente campesina oriunda de Cajamarca, Tolima, que hace un par de años se enamoró de esta comunidad y se quedó a vivir en ella. En ese momento, de manera eufórica y, puedo decir que un poco melancólica, narra a un grupo de visitantes historias de la ciudad de Ibagué, que, desde ese punto, se ve casi completa. La Ibagué de tantas construcciones, la cívica que se ve fuerte y poderosa por su desarrollo; pero que, desde esa montaña, majestuosa e imponente en verdad, se percibe frágil y vulnerable.
Ahí estamos ahora, en la biblioteca campesina de la vereda El Gallo. Nos encontramos con una pequeña casa de bahareque, con un letrero en la entrada: “La tienda de Cheo”, en donde hay dos vitrinas; una con unos pocos paquetes de mecato y otra con artesanías; también unas cuantas prendas de vestir. Esta tienda también tiene su encanto; allí se comercializa a través del trueque; los campesinos y visitantes llevan ropa usada o comida y la pueden cambiar por algún elemento de la tienda.
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En la fachada y colgados de las guaduas que sostienen el techo, unos guacales de frutas funcionan como estantes para los libros; están categorizados como en una biblioteca convencional: poesía, literatura, música, infantiles, entre otros. A unos metros de distancia hay una especie de choza de guadua y tejas de zinc. Dentro se encuentran muchos más libros ubicados en guacales y sobre neumáticos reciclados. Un par de sillas de plástico para sentarse a leer; o mejor aún, todo un tapete de pasto para quien no quiere mezclar lo fantástico con lo común.
Se dice que este terreno fue un cementerio indígena. Consuelo nos muestra una olla de barro de aproximadamente un metro veinte de profundidad con 80 centímetros de diámetro. Unos campesinos estaban cavando y se les fue la barra, pensaron que era una guaca, porque en la zona son muy guaqueros; pero se dieron cuenta de que era una olla, y vaya sorpresa la que se llevaron al ver en ella unos huesos y dientes de quien sabe quién y de quien sabe cuántos años.
La riqueza cultural de Ibagué se gesta también allí; donde locales y visitantes disfrutan de un espacio único para leer, aprender y compartir.
Fotos: Diana Fernanda Agudelo Susa.