Por: Ángie Góngora - Estudiante de Comunicación Social y Periodismo
Es domingo, las montañas grandes, verdes y fértiles ven bajar entre sus trochas los jeeps oxidados con costales, los locales comerciales se disponen a comenzar su día con el canto arrullador de gallos y el rio Saldaña. Los niños con sus botas de caucho corren entre el paisaje verde, mientras los policías del comando charlan con café en mano, con los ancianos del pueblo sobre el partido de la noche anterior.
En el polideportivo un desfile de productos se ve pasar, los campesinos en familia riegan el frijol y café que cultivaron con amor los últimos meses. A lo lejos se escucha la cabalgata que anuncia los compradores de Herrera, una vereda aledaña.
Las puertas abiertas de par en par dan fe de lo tranquilo que es el pueblo, el olor de las arepas de maíz y la chucula anuncia que el desayuno está listo. Como es habitual, don Jairo se dispone a recorrer las calles de su pueblo, saludando con una sonrisa en la que se refleja el azul claro del cielo. Todos lo conocen pues sus más de 50 años en Puerto Saldaña no han sido en vano.
Sus ojos siempre están emotivos, le gusta caminar entre las casas reconstruidas y recordar el por qué está aquí de nuevo. En la entrada de la trocha, una virgen acompaña la rutina de sus habitantes y como es costumbre, el anciano lleno de arrugas y manchas se sienta a meditar sobre su “mono”.
- Aún parece como si hubiese sido ayer el día que mataron a mi chino—
En el 2000 el país entero esperaba consternado el resultado de las conversaciones entre los empresarios más poderosos de Colombia y las FARC. Luis Carlos Sarmiento jefe del Grupo Aval, Andrés Obregón jefe de Babaría y Manuel Marulanda jefe de las FARC, dialogaban en conjunto en San Vicente del Caguán, situación que llevó a los medios a cubrir la noticia desde marzo. El 1 de abril mientras todos colocaban su atención en los resultados de las conversaciones, Jairo refugiado en su casa esperaba atento a que llegara el silencio entre ráfagas de balas.
Días antes le había pedido encarecidamente a su hijo mayor que se quedara en casa, pero “El monito” como le decía de cariño hizo caso omiso y prefirió salir a tomar con su amigo “Petróleo”. En medio de la cantina, con una carranga de fondo, irrumpieron los fusiles para despedir a “Petróleo”. Su amigo no dudó un segundo y tomándolo entre sus hombros lo lleva hasta su casa, lejos de imaginarse que aquello lo sentenciaría a muerte.
- Fue aquella virgen la que observó cómo mataron al monito, por lo menos tuvo su bendición—
- Puede leer también: La fuerza de la utopía
Dice don Jairo con los ojos vidriosos, mientras observa consolado la imagen.
- ¿Por qué lo mataron si no hizo nada malo? —
- Por dárselas de héroe mamita, así pasaba en este pueblo, no había ley—
Diagonal a la estatua, en el cementerio de Puerto, descansa el Monito mientras su padre agradece a diario aquella imagen por haberle permitido enterrar a su hijo. En medio del dolor, aún el viejo recorre emocionado las calles de su pueblo, perplejo como si todos los días pisara un sitió desconocido, las ruinas de las casas que poco a poco se consumen entre la maleza, contrastan con las casas que han sido reconstruidas pero que conservan el aspecto de abandono.
Puerto Saldaña en sus años más prósperos conservaba grandes sitios emblemáticos para Rioblanco. Al terminar su calle principal, una casa de dos portones grandes, con su fachada vino tinto y un letrero que decía “Cooperativa de Caficultores del Tolima” era una de las más visitadas por los habitantes del centro poblado y sus veredas cercanas. La violencia arrasó con el letrero, las paredes y de paso, con el progreso para los caficultores que vieron caer su trabajo y honra en manos de la guerra.
Entre fusiles y bombas se despertó “Puerto Machete” un apodo peculiar que heredó de aquellas épocas en que las personas debían andar con uno para decir que no eran débiles, el conflicto Armado arrebató la infancia de los niños que no pudieron disfrutar en sus calles, que no compartieron entre ellos, también con su inocencia y los deseos de creer que en el mundo había gente buena.
Hoy en esa misma calle, el corregimiento y sus habitantes observan aquella casa, La cooperativa ya no está aún después de diecinueve años, pero la producción de café sigue. También siguieron los niños, muchos de ellos ya adultos Como Nelly, quién vivió la toma y ahora ha formado su hogar en esta esquina, en medio de las ruinas y los recuerdos. Nunca quiso re construir por completo, ahora goza de un mural en colores pasteles, con el “toche” y un “cardenal”, dos mujeres y sus cosechas plasmadas en honor a esas mujeres que han tomado el liderazgo del pueblo.
- ¿Por qué no tumbó todo y construyó de nuevo señora Nelly? —
- Porque yo no tumbé los recuerdos de un momento a otro, y porque muchos no conocen qué paso aquí, es la memoria que queda para que no repita —
Ahora, aquella esquina sin dejar atrás los recuerdos y la gente que por ella pasó, celebra el amor de su gente en aquel mural, los habitantes orgullosos observan el lugar con esperanza.
—Ya no van a observar las ruinas con dolor, ahora verán el mural y sabrán que aquí paso algo, pero que aquí solo hay amor y más amor —
Como Nelly han sido muchos a los que el amor y el sentido de pertenencia les han podido más que el olvido y el miedo. Volver al pueblo ha sido una decisión determinante para los que hoy se encuentran reconstruyendo historias, reconstruyendo vidas. Tal vez, olvidar era una opción pero la resiliencia se respira en cada calle de Puerto, y hoy, prefieren reescribir sus vivencia para transformar el dolor en esperanza.
Don Jairo es el claro ejemplo de ello, en otra esquina del pueblo se hace cada noche con su radio sintonizado a observar cómo los niños corren libres, cómo los burros bajan llenos de cosechas para vender. Aunque aún recuerda a diario los estragos de la guerra, su sonrisa sigue intacta.
El clima cálido no solo por la temperatura sino por el calor de la gente hizo que el viejo no dudará dos veces en volver, el festival del aguacate era una de sus mayores alegrías, recuerda ver llegar la gente en multitud con sus cosechas de aguacates verdes encendidos, las familias enteras bailaban alrededor del comercio prospero de su producto, y celebraban los meses que con amor habían cuidado los árboles para esperar su fruto. Hoy, con esperanza sueña con verlo realizado algún día en su querido pueblo, que jamás sus calles estén vacías de nuevo.
- Puede leer también: Un tesoro cultural en la cima de la montaña
Los jóvenes del centro poblado lo buscan en sus ratos libres para escuchar atentos las historias del viejo Puerto Saldaña, su fortaleza a inspirado a muchos otros así como el corregimiento a inspirado a su vez a Colombia. Recorrer las calles más que una tortura es un milagro para él, quien durante muchos años se cohibió de hacerlo. El estar en su pueblo lo motiva, no le interesan los lujos, tampoco deja que lo achaquen males insignificantes como los remordimientos del conflicto.
Día a día se levanta con la fe de hacer del corregimiento un lugar próspero como lo que fue, es por esto que apoya prácticas como El Festival de Puerto Saldaña, le apuesta a la cultura, a la memoria, a la paz. Con sus venas llenas de resiliencia busca resurgir entre los recuerdos así como poco a poco su pueblo lo ha hecho.
- ¿Se iría de nuevo de aquí don Jairo? —
- Si y sería al cielo mijita—